"Formación ... transformación en el Amor"

“La formación empieza cuando Dios nos llama, se da a conocer y gustar de tal manera que no lo podemos olvidar y, por lo tanto, nos hace capaces de cualquier sacrificio por El, ya que lo que más deseamos es permanecer en su amor. Por eso la fuerza de todo proceso de formación consiste en dejarnos transformar por el amor de Dios”.

“Venga el Espíritu Santo, brille su luz en nuestras mentes, su fuego encienda nuestros corazones y obre primero, en nosotros mismos, aquella transformación que deseamos lle-var a los demás”.

Queridísimos Hermanos y Hermanas:

El Dios del Amor, que nos colma de todo bien en su querido hijo Jesús, esté con todos no-sotros y permanezca siempre vivo en nuestros corazones.

Ya transcurrió un año de mi primera carta como Casero dirigida a toda la Familia Cala-briana y de la invitación que hice, siguiendo las indicaciones del X Capítulo General, a una verdadera renovación espiritual, a dirigir nuestros pasos hacia Galilea, que es una imagen de la transformación a la que somos llamados a vivir en este momento histórico de la Obra.

Les confieso que, más allá de las dificultades que hemos encontrado y las pruebas que el Señor nos ha mandado el año pasado, percibo en todos los miembros de la Obra un gran deseo de renovación y la confirmación, por parte de todos, que éste es el camino correcto para un retorno a los orígenes.

Tenemos un gran camino por hacer, por eso animo a todos a mantener levantada la mi-rada y a esforzarnos para dejarnos renovar por la fuente del Amor que es Dios Padre.
En esta segunda carta propongo el tema de la formación que parte de este recorrido in-dicado por el programa general del Capítulo. Añadimos a la formación el camino de fe y de oración como dos columnas para este año.

En la primera carta, de carácter más general, se indicaban los aspectos principales para una renovación espiritual en este tiempo y se indicaban algunas líneas programáticas para todo el sexenio. Esta carta, en cambio, quiere ser más específica para atraer la atención so-bre este tema tan importante para nosotros, religiosos y laicos de la Obra. Por este motivo les propongo algunos elementos bíblicos, teológicos, de nuestra espiritualidad y de lo coti-diano para despertar en nosotros el deseo de una verdadera formación e identificación con Cristo.

Creo que podrá ser un instrumento válido y práctico para la formación permanente y pi-do que cada uno la medite personalmente y en la comunidad para hacer una revisión de nuestra vida en este proceso de renovación sin el cual no podremos alcanzar una verdadera transformación de la Obra.

A lo largo del año serán enviados a las comunidades ulteriores subsidios para profundi-zar esta temática que serán consideradas, además, en los ejercicios espirituales personaliza-dos.
“La formación es una de las prioridades para este sexenio como lo pide el Documento Final del Xº Capítulo. La formación vista como instrumento en todos los niveles tanto co-mo para preparar los futuros Pobres Siervos como para ayudar a vivir esta vocación par-ticular a aquellos que ya son parte de la Obra. Debemos pensar en una formación que cambie a la persona, una formación que nos ayude a unirnos a Dios y a crecer en nuestra consagración para vivirla con felicidad. Una formación que ayude a los miembros de la Obra a crecer en la vida de santidad.

El tema de la formación es muy complejo y hay muchos libros escritos sobre este ar-gumento. Sin embargo antes de hacer una propuesta concreta en relación al tema de esta carta, permítanme una premisa importante para aclarar qué debemos entender cuando hablamos de formación y su significado más profundo.

Digamos que al respecto circulan varias ideas en nuestras realidades y en nuestros can-didatos:

.Una cierta identificación entre formación y observancia: se considera “formada” aque-lla persona que observa los horarios, las formalidades, los compromisos exteriores, personales y comunitarios que han sido tomados…”Es un buen religioso, religiosa o sacerdote”.
.La tendencia a identificar los estudios académicos y la formación: se piensa que la per-sona está “formada” porque concluyó los estudios de filosofía o teología, o porque obtuvo un determinado título académico, o solamente porque “es muy inteligente”.
. Existe una cierta identificación entre formación y carrera: la persona es “formada” cuando ya tiene años de profesión simple; porque es profeso de votos trienales o porque recibió la ordenación sacerdotal. Observó fielmente lo que establecen las normas de la Igle-sia y de la Congregación. Hizo una buena carrera y es un religioso, sacerdote, religiosa “profesional”.
.Cierta identificación entre formación e información: la persona se siente “formada” porque recibió una cantidad suficiente de información sobre la realidad humana, doctrina de la Iglesia, vida religiosa, los votos, la misión, etc. Está informada, por lo tanto, se siente formada.

Con esta premisa no quiero decir que no sean necesarios los contenidos apenas citados; pero la formación es mucho más. Retomando el título de la carta quiero hablar de forma-ción como “transformación en el amor”, porque sin esta experiencia basilar de la vida humana no se puede construir una vida cristiana y religiosa.

La formación consiste en hacernos siempre más discípulos de Cristo, crecer en la unión con El y en configurarnos a El. Este proceso exige una conversión continua, un despojarnos de sí, del propio egoísmo, caminar según el Espíritu, revestirnos de Cristo hacia la plenitud de Cristo.
La configuración con Cristo se realiza en la identidad con el propio carisma y a las identificaciones del propio Instituto: espíritu, características, finalidad, tradiciones.

Por lo tanto la formación no es sólo la inicial, sino también la permanente. Una está im-plicada en la otra, incluso cuando en la Congregación hay una formación permanente con-creta por la que se sabe donde ir, la formación inicial se inserta en esta óptica.

“La formación es, de por sí, permanente. Y solamente a partir de esta acepción ini-cialmente amplia será posible, luego, subdividir los tiempos de la misma formación en pe-ríodos, cada uno con sus diferentes características y su incidencia más o menos señalada. Pero solamente a partir del concepto de formación permanente que se puede hacer derivar o deducir lo que es la formación inicial, no lo contrario. La formación permanente no es lo que viene después de la formación inicial, sino que es lo que la precede y la hace posible, es la idea-madre o el útero generador que la protege y le da identidad”.

Esta transformación es un proceso de amor que abarca a toda la persona en su humani-dad y espiritualidad. Es un recorrido que comenzó un día en nuestra vida y continúa hasta el final.
El Espíritu Santo es el autor de la formación, porque es el fuego de amor que renueva nuestra mente y nuestro corazón para mover nuestra voluntad en la búsqueda de Dios Padre fuente de amor. «…Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la primera carta de Juan expresan con claridad me-ridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ».

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Queremos avanzar en este camino con mucha humildad y simplicidad pero, al mismo tiempo, con mucha profundidad porque considero que hoy, en el mundo en que vivimos, con todos los desafíos que hay, debemos colocar en el centro de nuestra vida cristiana y religiosa el amor como fuente y manantial para vivir nuestra vocación en el día a día. Hagamos una aclaración: nos referimos al amor del que habla del papa Benedicto XVI en la primera parte de la encíclica “Deus caritas est”.

Cuando Dios nos pide amar no nos impone un mandamiento que tiene que ver con un sentimiento que no podemos suscitar en nosotros mismos.

El amor no es sólo un sentimiento. Es una respuesta a un acontecimiento que “en primer lugar” sucede y que se impone en la vida y que empuja a un libre compromiso personal. El hombre, justamente, que sobre la tierra es la única criatura que Dios quiso por sí misma, no puede reencontrarse plenamente a sí mismo si no es por medio de un don sincero de sí. El amor provoca en el amante un movimiento orientado al encuentro pleno con el amado, a un don total de sí que tiene como última intención la unión afectiva con el Amado. El aconte-cimiento del amor, nos recuerda Benedicto XVI, es siempre un encuentro con una Persona. “la experiencia del amor… ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, su-perando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior.

Pensando en esto observo la fatiga para vivir esta importantísima dimensión en la vida personal, en las familias, en la vida comunitaria, en la vida consagrada, porque el amor es lo que permite a nuestro corazón a abrirse y a aceptar el amor de Dios y a expresar este amor donándonos a los demás.

“…El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del « para siempre ». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra mane-ra, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamen-te, el amor es « éxtasis », pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como cami-no permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios…”.

En este sentido, en el mundo de hoy, en las familias, en la vida consagrada, se hace di-fícil vivir la dimensión de la exclusividad y de la fidelidad “para siempre”. Somos cons-cientes de la fragilidad humana pero, al mismo tiempo, debemos mirar con más objetividad el porqué de ciertos abandonos en la vida consagrada, sacerdotal y matrimonial. Me pre-gunto: ¿no se dará esto por la falta de “formación” en esta dimensión del amor? ¿Cómo dar espacio realmente al Espíritu Santo en nuestra vida personal y comunitaria?

Jesús dice en el evangelio: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insí-pida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente” (Mt 5, 13).

Es una triste realidad y posibilidad que la vida cristiana y consagrada pierdan el sabor hasta el extremo de no tener más nada que decir ni dar a los otros volviéndose tibias, me-diocres e insignificantes incluso para nosotros. Se puede continuar haciendo todo con fide-lidad, pero sin alegría, gratuidad: todo se calcula y se mide con una mentalidad del deber por el deber hacia nosotros y hacia los demás: “a él le toca hacer”. Todo pesa, todo cansa.

Por otra parte podemos transformarnos en sal más cargada de sabor, porque Jesús es la sal. En una vida que siempre crece, la sal se vuelve más sabrosa: vidas plenas, que experi-mentan el céntuplo hasta el final, vidas que hablan aún sin decir palabras, porque lo que tocan, lo que hacen es irradiación del amor de Dios. Es el ser de ellos mismos que habla de Dios porque vive plenamente en ellos.

¿Dónde está la diferencia entre una vida mediocre y una vida que habla de Dios y hace de ella un canto de amor? Me parece que la diferencia está en la relación personal y viva con Cristo, una relación no sólo a partir de cuando hemos sido llamados sino que continúa todavía hoy y que crece y se transforma en la fuente del Amor.

“(…)la vocación del hombre es el amor (…) vivir en el amor, crear en el amor: sólo así la persona humana se crea a sí misma, se protege a sí misma al interno de una identidad que crece hasta alcanzar el amor de Cristo, el amor perfecto (…) La voluntad de amor, una voluntad orientada a la comunión, una voluntad dirigida al otro con amor, por amor y en el amor (…) no hablamos de algo romántico, sino profundamente serio, incluso dramá-tico. La voluntad de Dios es, prácticamente, una sola: que todas las personas se puedan descubrir amadas por Dios Padre y que puedan aceptar este amor con una respuesta de amor (…) el amor de Dios debe experimentarse por cada uno en modo totalmente personal (…) La verdadera formación entonces es lo que ayuda a la persona a entrar en esta diná-mica y a superarla en el modo exacto, es decir, por medio del sacrificio de la propia volun-tad, adhiriendo a la voluntad de Cristo, comprendiendo intelectualmente en modo convin-cente que no es importante lo que hago, ni tampoco lo que soy, sino que lo que soy sea tan radicalmente unido en Cristo que, por medio de mí, aparezca El y que lo que hago, lo hago con Cristo y en Cristo. Es importante que El actúe por medio de mí, y así también el modo de Cristo se realice”.

Querido hermano y hermana, te invito a comenzar este recorrido con un corazón abierto y a recibir esta carta con fe para realizar en tu vida cotidiana este experiencia profunda para renovarnos juntos, según nuestro carisma.

La formación como transformación en el amor en la Biblia

La formación es un proceso de configuración en el Amor que tiene como finalidad la transformación de la persona para que viva los mismos sentimientos de Jesús, el Hijo ama-do. El Espíritu Santo, la Palabra de Dios y la misma persona son los sujetos de este proce-so.

Desde el punto de vista bíblico la configuración en el amor nos lleva al “paralelismo” Palabra-escucha. La revelación bíblica atribuye una importancia excepcional a la escucha de la Palabra. Palabra y escucha forman relaciones dinámicas entre Dios-Pueblo-Dios, pero también entre Persona-Persona. El hecho de hablar no tendría sentido si no fuera orientado a alguien que escucha.

¿Qué significa hablar/escuchar en sentido antropológico/bíblico? El ser humano está dotado del sentido del oído, la oreja es el órgano encargado para esta percepción. Como otros vivientes, el hombre escucha los sonidos y, en base a la experiencia, los sabe recono-cer e interpretar. El hombre, al contrario de los animales, reconoce en el sonido la voz y, en la voz, la palabra: “el oído aprecia las palabras como el paladar gusta los manjares” (Job 34, 3). El habla se orienta al oído pero, para que la palabra pueda mediar en la relación en-tre dos personas, debe ser escuchada en una sede de inteligencia, de comprensión. Según las categorías bíblicas la palabra debe pasar desde el oído al corazón: “Que tu oído se abra a la sabiduría, que tu corazón se doblegue a la verdad” (Pr 2, 2). “Hijo mío, pon atención a mis palabras, oye bien mis discursos. Tenlas presentes en el espíritu, guárdalas en lo más profundo de tu corazón” (Pr 4, 20-21).

La escucha del corazón define la calidad espiritual del hombre.

“El hombre existe porque Dios le dirigió la palabra, lo llamó a la existencia llamándo-lo a ser su interlocutor. La vocación es la Palabra que Dios dirige al hombre y que lo hace existir imprimiendo en él la impronta dialogal. La vocación precede a la persona misma. El hombre puede comprender su vida como el tiempo que le fue dado para este diálogo con Dios. Si el hombre fue creado a partir de la conversación con Dios y es así aquel que es llamado a hablar, a expresarse, a comunicarse, a responder, el tiempo que tiene a disposi-ción puede ser entendido como el tiempo para la realización de su vocación. Esto significa que la vocación del hombre es la vida en el amor, en aquel amor en que fue creado y desde el cual fue renovado con la redención”.

Proceso formativo en el Primer Testamento: crear un corazón que escucha

El Dios bíblico es un Dios que habla y se revela insistiéndonos a vivir una relación de alianza con El. Cuando el ser humano acepta esta invitación y adhiere a la vocación que Dios tiene sobre él, empieza un proceso de configuración de la vida según el deseo profun-do de Dios que se revela. Y este proceso empieza con la escucha de la Palabra del Dios que habla.

El Pueblo de Israel nace de la experiencia de la escucha de Dios. En el corazón de la historia de Israel narrada en el Primer Testamento encontramos el mandamiento: “Escucha Israel” (Dt 6, 4).

Dios, en el Sinaí, hace oír su voz al pueblo que tiene conciencia de ser portador de una revelación del Dios Viviente. Esta experiencia deja huellas profundas e imborrables en toda la historia de Israel.

El proceso formativo en el Antiguo Testamento quiere crear en la persona un corazón que tenga una profunda capacidad de escucha. La escucha en el sentido bíblico significa “hacer” lo que Dios dice en la Torah y en los acontecimientos de la historia. Hay una acti-va adhesión en el mismo momento en el que el oído percibe el sonido de la Palabra de Dios en la boca de Moisés: “Mejor acércate tú para oír todo lo que diga Yavé, nuestro Dios, y luego tú nos las dices para que las pongamos en práctica” (Dt 5, 27). “Oír”, luego “hacer”: esto es “escuchar” para Israel.
El texto fundamental del proceso formativo para crear un corazón que escucha la Pala-bra y configura la vida según la Torah se encuentra en Dt 6, 4-9. “Escucha Israel” se puede decir en el sentido en que todo el pueblo se identifica como una persona, como un discípu-lo. Sin embargo, esta personalidad colectiva significa que Israel, en cuanto tal, está llamado a escuchar de tal manera que la escucha pasa a ser un fenómeno individual, personal. Cada persona está llamada a escuchar pero sólo dentro de una comunidad, de una colectividad. La escucha es posible en un clima de sensibilidad y comunión de fe con todo el pueblo.

En Dt 6, 4b hay un doble contenido: revelación de la alianza por el que Israel se consti-tuye como pueblo y lo habilita para la escucha. Pero sobre todo el Señor es uno, significa no solamente que no hay otros dioses, sino que está unificado en sí mismo, en una unidad. Ya que el Señor es uno debes amar al Señor con todo tu ser, en tu unidad, de modo unifica-do. Su unidad exige tu unidad.

El Señor es uno, además es el fundamento del precepto del amor que encontramos en el versículo 5: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. Son expresiones que conocemos de memoria pero es necesario interiorizarlas y realizarlas concretamente: nadie puede amar en tu lugar y tu debes amar con lo que eres, en las ocasiones y en las circunstancias que encuentras, con todo su ser y tus capacidades.

La totalidad del amor apunta a la unicidad. No se puede reservar nada a otros ídolos, porque Dios ama a Israel con un amor exclusivo, “con todo tu corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas”. Las tres facultades que se nombran son el corazón, el alma y las fuerzas, es decir, con todo tu ser.

En el v. 7 se habla también de otras partes del cuerpo humano para subrayar la totalidad del precepto de la escucha y del mandamiento del amor de Dios, en realidad el órgano de la escucha no es tanto el oído cuanto el corazón. El v. 6 dice: “Graba en tu corazón los man-damiento que yo te entrego hoy”.

La escucha para ser completa debe convertirse, a su vez, en palabra; ese es el sentido del v. 7. Es como un ciclo: al inicio está la Palabra de Dios, Israel escucha, y luego Israel debe ser portavoz de Dios y la escucha no es auténtica si no se hace palabra. “Shema” en hebreo quiere decir escuchar, obedecer y hablar (trasmitiendo a los demás lo que se ha es-cuchado). Es importante en este texto no sólo el precepto de la escucha sino también el de la narración. La palabra pide ser escuchada; la escucha exige la palabra que ha sido oída.

Hay, además, otras acciones (vv. 8-9) que dieron origen a algunas costumbres en el am-biente farisaico, como las filacterias, conteniendo textos de la Palabra, que debían ser cons-tante signo visible de la Palabra escuchada. Aquí se reclama un criterio de unidad entre mente, corazón y mano; entre lo que se piensa, lo que se oye, lo que se hace.

La pedagogía de la escucha hizo que el Pueblo de Israel creara “estructuras formativas” con el fin de educar a la persona y a la comunidad en el arte de escuchar. Las tradiciones orales tratan de trasmitir a las nuevas generaciones el patrimonio espiritual y vital de la historia de los antepasados.

La sinagoga es el lugar donde se escucha la “Torah” y se buscan los elementos funda-mentales para la vida del israelita piadoso. La escucha no es un momento en la vida sino un modo de ser, de vivir.

La calidad ética de la persona y de la comunidad es proporcional a la calidad y profun-didad de la escucha de la Palabra. El culto en el Templo, las numerosas fiestas religiosas y todos los gestos simbólicos quieren ayudar a la persona y al pueblo a mantener viva la me-moria histórica y el imperativo vital de la escucha de la “Torah”.

La vocación profética nace de la escucha, es decir, al inicio de todas las vocaciones en-contramos el binomio Palabra-Escucha. Cuando el ser humano tiene una profunda capaci-dad de escucha está en grado de percibir la voz de Dios que lo llama a vivir una misión a favor de su pueblo, tal como lo hacían los profetas que leían la historia con los “lentes de la Torah”.

Al inicio de la vocación en el Antiguo Testamento hay siempre un “oído y un corazón” que escucha la Palabra de Dios que revela una misión para realizar. Cuando no hay escu-cha, no hay vocación ni conciencia de la misión. Por esto en el centro de la espiritualidad y del proceso formativo del pueblo de Israel encontramos el imperativo “Escucha Israel” y el profundo deseo que dice:

En el camino de la fe bíblica (...) existe un solo Dios, que es el Creador del cielo y de la tierra y, por tanto, también es el Dios de todos los hombres (…) lo cual significa que esti-ma a esta criatura, precisamente porque ha sido Él quien la ha querido, quien la ha « hecho ». Y así se pone de manifiesto el segundo elemento importante: este Dios ama al hombre (…) su amor, además, es un amor de predilección…”.

“Escuchar es amar, escuchar a Dios es aceptar a Dios en persona en nosotros. Aquí empiezan las grandes transformaciones en el corazón del hombre. Escuchar es colocar a Dios al centro de nuestra oración. Cuando se aprende a escuchar a Dios, entonces va pe-netrando en nosotros la profundidad de Dios. La vida espiritual profunda comienza cuando Dios puede hablar a nuestro corazón (…) cuando tenemos el coraje de fijar nuestra mirada en los ojos de Cristo y El puede decirnos lo que tiene que decirnos”.

2. Proceso formativo en el segundo Testamento: “Fíjense bien en la manera como escuchan” (Lc 8, 4-21)
El Dios bíblico que habla y, al hacerlo, se revela a sí mismo en la plenitud de los tiem-pos, se hace “ser humano” y habita en medio de nosotros. En el misterio de la encarnación el binomio Palabra-Escucha se convierte en la persona que es Jesús de Nazaret. La Palabra “se hace carne” para estar más cerca del hombre que debe hacerse “oído” para escuchar con el corazón y vivir en la misión lo que ha escuchado. El misterio de la encarnación asume en la unidad la dinámica del hablar y escuchar como camino de salvación.

Jesús en el proceso formativo con los apóstoles dio una fundamental y decisiva impor-tancia a la pedagogía de la escucha, particularmente, cómo se debe escuchar.
Si miramos la historia vocacional de los primeros discípulos, veremos que todo co-mienza con la escucha de la Palabra de Jesús que los invita a “dejar las barcas, las redes, la familia, los amigos (…) y muchas otras cosas”, para vivir un proceso de formación en el cual el arte de la escucha se desarrolla y profundiza. En las relaciones con la multitud o en la intimidad del grupo de los Doce, Jesús insiste sobre la escucha y el modo como se escu-cha, según la triple dimensión de la tradición hebrea: Palabra – Escucha – Acción.

El instrumento pedagógico más apreciado por parte de Jesús son las parábolas, que permiten reflexionar sobre el modo de vivir en profundidad. En el Primer Testamento el proceso formativo tenía como finalidad crear un corazón con profunda capacidad de escu-cha. En el Segundo Testamento el fin es formar un corazón que preste atención a cómo se escucha en el modo correcto. Nos sirve de ejemplo la parábola del sembrador en Lc 8, 4-15 y Mt 13, 3-23. Los diferentes modos de escucha corresponden a los diversos niveles forma-tivos que cada discípulo puede vivir en su historia vocacional y en su misión. El discípulo es quien escucha al Maestro. Esta escucha puede ser superficial y estéril, sin profundidad. Jesús ayuda a los discípulos y a la multitud a mejorar su capacidad y profundidad para es-cuchar y vivir la Palabra. Las acciones de Jesús son acciones salvíficas porque traen salva-ción y vida nueva en todos los niveles que es recibida; además es pedagógica porque edu-can a los discípulos a hacer las mismas acciones en la misión que Jesús les confía.

La comunidad de los discípulos es el lugar primordial donde Jesús practica su proceso formativo para transformar, en el amor, la vida de los discípulos. Todo esto no se vive en modo teórico sino con un estilo de vida concreto. Jesús “forma” ofreciéndose a sí mismo como ejemplo. No propone teorías sino “estilos de vida”. El proceso formativo de Jesús tiene una triple dimensión: Escucha – Purificación – Configuración en el Amor, para ser testigo, “Evangelio viviente”. Jesús profundiza la triple dimensión del proceso formativo del Primer Testamento: Palabra – Escucha – Acción.
En el relato de Mc 1, 14-45 encontramos la descripción de la actividad de Jesús al inicio de su ministerio en Galilea. Mirando más de cerca encontramos siete acciones salvíficas y pedagógicas.
a. Mc 1, 16-20: Jesús llama a los primeros discípulos para formar la comunidad que será el lugar primordial de las acciones pedagógicas de Jesús en la formación de los discípulos.
b. Mc 1, 21-28: Jesús libera a la persona de todas sus cadenas, particularmente aque-llas construidas en el interior del corazón.
c. Mc 1, 29-31: Jesús sana la persona de todas sus enfermedades que le impiden vi-vir una vida de servicio.
d. Mc 1, 32-34: Jesús es fuente de esperanza y de vida para todos los afligidos y desorientados en el camino de la vida. La vida frágil encuentra, en Jesús, acepta-ción, compasión y sanación.
e. Mc 1, 35-37: Jesús dedica un tiempo cualitativamente valioso a la oración perso-nal en intimidad con el Padre. Aprender a rezar es una parte esencial en el proce-so formativo de Jesús con sus discípulos.
f. Mc 1, 38-39: Jesús no se deja guiar por el éxito fácil y rápido. La comunión con el Padre lo ayuda a mantener una mentalidad abierta y misionera.
g. Mc 1, 40-45: La compasión de Jesús tiene su momento de acogida y sanación además de un momento vocacional: la persona curada pasa a ser un alegre testigo de Jesús.

Cuando los discípulos de Jesús irán a la misión por todo el mundo llevarán estas accio-nes en la comunidad y como comunidad. Con este modo de comportarse, serán vistos y reconocidos como comunidad que sigue a Jesús. Aquí podemos profundizar el texto de Jn 21, 15-19: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?...Señor, tú sabes que te quie-ro…”. Me parece que éste sea el momento culminante en el proceso del que sigue a Jesús en la vida cristiana y, particularmente, en la vida consagrada, “amar a Él”, y la misión se entiende y se vive sólo en la dimensión de este amor total más allá de nuestra fragilidad. En este sentido y a la luz de lo que hemos visto hasta ahora en los diferentes relatos, el criterio esencial para iluminar y calificar el proceso formativo es EL AMOR… (PALABRA - ES-CUCHA – PURIFICACIÓN – CONFIGURACION – MISION) EN EL AMOR, POR AMOR Y CON AMOR.

Todo el proceso formativo (inicial y permanente) es un crecimiento continuo que no se detiene, porque el Amor nos abre el corazón a una experiencia con la Palabra y con la per-sona de Jesús que es siempre nueva. La vocación se renueva cada día con nuevo entusiasmo y alegría, superando todo lo que puede cerrarse a esta relación de amor. “La Palabra que es una Persona viva que me habla, para conocerla no tiene necesidad de atacarla con mis ideas, mis preconceptos. En cambio debo asumir esa actitud humilde que predispone al otro para que pueda revelarse. Cuando entre nosotros y la Palabra hay una relación seme-jante al Amante y la Amada del Cantar de los Cantares, entonces caen los misterios (…) Debemos aprender a detener el corazón y “amansar” el propio corazón para con ella” , como la experiencia que hizo don Calabria siendo “evangelio viviente”.

La formación y transformación en San Juan Calabria

En esta visión de la formación como “transformación en el amor” y después de haber profundizado la temática en la Biblia, podemos entender con más precisión lo que fue la formación y la transformación en san Juan Calabria. El centro de toda la actividad formati-va de don Calabria fue la Palabra de Dios encarnada y vivida: “Sean evangelios vivientes” decía a menudo a todos. En su experiencia la formación es el Amor (Palabra – Escucha – Purificación – Configuración – Misión) en el Amor, por Amor y con Amor.

Don Calabria no escribió proyectos formativos específicos para que sean aplicados en la formación de los candidatos a la vida religiosa o de los laicos en la Obra. Las líneas que forman un verdadero Pobre Siervo, Pobre Sierva, Misionera de los Pobres y los laicos cala-brianos las encontramos en sus escritos: “el amor, la comunión y la unión con Dios Padre a la base de todo”. Don Calabria, como Jesús, no ofreció proyectos formativos sino estilos de vida.

Don Calabria está profundamente convencido que solamente las almas pueden actuar sobre las almas en modo que pueda ser transformado algo en el interior, algo de vivo, algo que se transforme en germen y crezca. Hay un solo medio que puede hacer mejor a los hombres, más puros, más desinteresados, más santos: ser buenos, ser puros y santos noso-tros mismos. Se dice que el santo es una prédica viviente, muy eficaz. Por eso, en esta óptica la formación es una transformación interior de una experiencia de amor que permite a la persona ser siempre más abierta a la acción del Espíritu Santo en la vida, concientes de manifestar a los otros aquella transformación que viene de Dios. Podemos entender con más claridad la expresión de don Calabria: “Recipientes y canales”: el Amor que brota de nuestra vida no nos pertenece, viene de Dios.

Hablando de la formación de los sacerdotes, podemos decir que más se profundiza en el pensamiento de don Calabria, se descubren nuevos aspectos que muestran ese rol “pionero” y anticipador de la renovación conciliar. El Cristocentrismo, en la formación y en la vida, se percibe en la lectura de sus libros (“Amar”; “Perchè non scenda la notte sul mondo”; “Apostolica vivendi forma”, “Instaurare omnia in Christo”). Don Calabria sugiere una formación más humana e invita claramente a cultivar las virtudes humanas.

Mirando en profundidad a la Iglesia y su misión en el mundo, don Calabria percibía la urgencia de “formar sacerdotes y religiosos según el Corazón de Dios, que vivan “more Apostolorum, sine pera, sine sacculo; gratis accepistis, gratis date” y de formar a Herma-nos llenos del fuego del amor de Dios, que se difundan por todos lados, accediendo con el buen ejemplo, con la palabra y el espíritu evangélico”.

Al leer los escritos de don Calabria y mirando de cerca su vida, vemos claramente como hizo este recorrido de unidad e intimidad en la experiencia del amor de Dios. Un amor tan sólido y puro que nos permite ver el íntimo de su alma. Me impresionó particularmente lo que escribió a sus alumnos y candidatos a la vida sacerdotal (puede referirse y usarse cla-ramente para la vida religiosa) acerca del programa de vida. Lo cito completo porque me parece una joya y evidencia sobre todo lo que me parece actual también para nosotros hoy día.

“Programa de vida.
Núcleo de mi formación será, con todos los medios, desear conocer a Jesús, para amar-lo, para que sea el ideal de mi vida.
1. Y para conocer a Jesús:
.Haré un estudio particular del santo Evangelio y todo aquello que me hable de Jesús como ser alguna vida de Cristo.
.Haré seriamente mi meditación, considerándola el mejor medio para conocerlo e imi-tarlo (la prepararé desde la noche anterior y sobre todo con la oración).
.Usaré bien el examen de conciencia (preventivo a la mañana – particular – general) pa-ra quitar de mi conducta todo lo que puede desagradar a Jesús y para practicar todo lo que pueda facilitar la imitación de Jesús.
N.B. Para hacer más eficaz mi trabajo seguiré las orientaciones de mi Confesor, trataré que sea estable y del Padre Espiritual. Trataré con ellos con la más amplia simplicidad, na-turalidad, humildad y confianza sabiendo que con la ayuda de ellos trabajaré mejor a favor de mi alma.

Para amar a Jesús:
.Respetaré con seriedad todas mis prácticas de piedad y trataré de no descuidarlas. Se-rán, a menudo, objeto de mi examen particular.
.Procuraré participar de la mejor manera a la S. Misa, escuchándola litúrgicamente con el misal.
N.B. Trataré de tener siempre alguna intención definida.
.No dejaré pasar el día sin hacer alguna visita al Santísimo; breve pero fervorosa.
.Trataré de rezar bien el rosario, en unión con María, buscando algún provecho según mis necesidades y estado de ánimo.

Para servir a Jesús
.Respecto a los superiores
.Trataré de tenerles la máxima estima. Evitaré cuidadosamente las murmuraciones co-ntra ellos.
.Me fijaré en sus buenos ejemplos y viviré sus recomendaciones, con la seguridad de empaparme así del espíritu de la Casa.
.Para facilitarles la seria y difícil tarea de mi formación les pediré a menudo si tienen para conmigo alguna observación y corrección, y los escucharé con humildad y docilidad.

.Respecto a los compañeros.
Como norma general me esforzaré de ver a Jesús en todos ellos.
.Usaré la caridad con todos, mayores o menores de edad.
.Estaré atento para no disgustarlos jamás voluntariamente (evitando frases, apodos que puedan ser ofensivos).
.Si tuviese la posibilidad de ayudarlos material o espiritualmente lo haré con generosi-dad (siempre de acuerdo al consejo del Padre Espiritual).
.Estaré atento para vencer los pensamientos de envidia o de celos, de simpatía o antipa-tía para no dar jamás a nadie mal ejemplo.
.Trataré a todos con el máximo respeto evitando cualquier tipo de familiaridad o prefe-rencia. Recordaré la hermosa norma del cardenal Ferrari: Amarse como hermanos y respe-tarse como soberanos.

.Respecto a mis reglas.
Como grabadas en el corazón recordaré que ellas son la expresión genuina de la volun-tad de Dios en mi formación. “Qui regulae vivit Deo vivit”.
.Tendré igual estima para con todas ellas.
.Las leeré a menudo, posiblemente tres o cuatro cada día para luego examinarlas. Espe-cialmente tendré presente aquellas que más frecuentemente son motivo de falta. Me dejaré ayudar por el Padre Espiritual para observarlas lo mejor posible.

.Seré muy cuidadoso en proteger mi vocación y haré todo lo necesario para desarro-llarla y enriquecerla.
.Recurriendo a la oración y manifestando con prontitud y claridad las tentaciones y difi-cultades al Confesor y al Padre Espiritual.
.Amando la virtud de la pureza y usando todas las normas de mortificación interna, ex-terna y de modestia que me sugiera la ascética.
.Pidiendo a Jesús y a la Virgen un gran amor por las almas.
.Aprovechando las ocasiones para ejercitarme en la humildad, protectora de la vocación y de la pureza.
.Entrenándome a un espíritu de sacrificio y de renuncia recordando que si Jesús es la “víctima de los sacerdotes”, los sacerdotes deben ser víctima suya.
.Alejando la tristeza como uno de los más grandes peligros para mi vocación.
En todo este trabajo pondré la mirada en la Virgen y me sentiré cerca de ella. Le pediré ser apóstol desde ahora. Colocaré en sus manos mi vocación, mi formación, mi vida futura, pidiéndole de ayudarme a ser uno con Jesús, con ella y con mis hermanos”.

De este programa de vida se deduce todo el recorrido del crecimiento espiritual de don Calabria desde el inicio y lo que él propone como camino formativo. Usa un lenguaje de su época, sin embargo, los principios son todavía válidos para hoy: “Conocer, Amar y Servir a Jesús”; éste es el centro de la formación como transformación en el amor que él vivió y propuso como su gran plan de vida.

Don Calabria vivía habitualmente en una comunión espiritual de vida, de pensamiento, de sentimiento, de acción con María Madre de Jesús. Con ella, con su protección e interce-sión materna se movía, obraba, hablaba y rezaba; por sus benditas manos ofrecía a Cristo Señor sus tareas apostólicas, el bien que emanaba, las amarguras que le costaban, los éxitos y los fracasos. A su Corazón Inmaculado se consagraba totalmente e invitaba a otros a esa consagración. “La Caridad tiene dimensiones más grandes que cualquier cosa y puede triunfar en todo”, afirma don Calabria en el artículo “Desahogo del alma”, y luego agrega esta oración a la Madre del Divino Amor: “Aquella que fue la Madre de Dios porque ha creído (Lc 1, 45) abra nuestras luces a la visión del Amor, y este Amor debe abarcar a to-dos nosotros, sacerdotes y religiosos; solamente para eso fue colocado para nosotros en la Iglesia de Dios, es decir, seremos sacerdotes santos, evangelios vivientes”.

“…No basta predicar, hablar, actuar; todas cosas lindas y buenas; primero de todo hay que practicar lo que Jesús y los apóstoles han predicado: Sacerdos alter Christus. Y como el sacerdote, quien quiera ser apóstol, debe ser perfecto imitador de Cristo. Somos evangelios vivientes y antes de predicar, practiquemos. El evangelio sea tomado a la letra: sólo en esto está nuestro patrimonio, el secreto para cumplir grandes cosas. Pero para ser evangelios vivientes, para tener el espíritu del evangelio, es absolutamente necesario pedirlo al Señor. Debemos estar convencidos que somos cero y miseria, pero unidos al Señor y respirando su espíritu, haremos verdaderos milagros (…). Es necesario, mis queridos, que se pueda decir de cada Pobre Siervo, Hermano o Sacerdote que sea: El es Jesús…

Nuestra única preocupación sea buscar el santo Reino de Dios y su justicia, por medio del estudio práctico de nuestro Señor Jesucristo, procurando, con su ayuda divina, de ser evangelios vivientes, plenos, desbordantes de caridad para todos, para todas las almas (…). Nuestra riqueza, nuestro seguro patrimonio está sobre el santo evangelio vivido”.

Concluyendo esta parte y hablando de la transformación en Don Calabria, creo que sea muy oportuno pensar y actuar seriamente sobre la base de esta propuesta de programa de vida personal y comunitaria que nos ayuda a vivir en un plano sobrenatural en la cotidiani-dad de la vida. No se puede improvisar la vida espiritual, tenemos necesidad de un proyecto preciso y claro. Podemos decir que también hoy para nosotros se propone el mismo recorri-do que en palabras más modernas definimos “discernimiento”, como camino principal de escucha de la Palabra de Dios para conocer y amar a Jesús, y la “revisión de vida”, como camino para servir a Jesús en la persona de los demás y crecer en la comunión y en el amor.

Quisiera proponer como necesario y como camino formativo en este sexenio “el dis-cernimiento” y “la revisión de vida” para llegar a aquella transformación del corazón que todos deseamos. En relación a este camino formativo deseo que los períodos sabáticos o de formación y los materiales que llegarán a las comunidades para la reflexión, nos ayuden a entender mejor lo que propongo como línea programática respecto de la formación inicial y permanente.

El “Discernimiento” y la “Revisión de vida” ofrecerán a las comunidades y a toda la Obra elementos carismáticos para preparar la revisión de las obras que iniciaremos en el 2011, cuando examinaremos lo que ellas significan a la luz de la fe y su coherencia con el fin de “Buscar en primer lugar el Reino de Dios y su justicia…”.

Esto se podrá hacer en la medida en que nos comprometeremos en la formación, dejan-do transformar el corazón por el amor. Así podremos responder hoy a los nuevos desafíos de la humanidad en la fidelidad al carisma y al espíritu puro y genuino de la Obra.

Formación, una transformación del corazón

“…Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus im-purezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de car-ne…” (Ez 36, 25-26):
llegados a este punto de la carta, quisiera hacer una propuesta concreta partiendo del lenguaje bíblico y de la experiencia de don Calabria, para profundizar este concepto de la formación como una transformación del corazón tomando el pensamiento bíblico: “se escu-cha con el corazón”. El “rostro” del Dios de Jesús es un rostro de Ágape, de Amor. Don Calabria descubrió este rostro leyendo el evangelio pero también contemplando el “rostro del hombre” que lleva impreso en sí la imagen del Creador.

“La relación entre Dios y el hombre se cumple en el Espíritu Santo, la persona divina que permite que el hombre sea partícipe del amor del Padre en el Hijo. Esta participación, es decir, la presencia del amor divino en el hombre hace posible el acceso a Dios y al hombre, creado en este amor”.

Una de las vías para llegar a esta transformación del corazón es el discernimiento. Un discernimiento que hace parte de la relación vivida entre Dios y el hombre, mejor dicho, es un espacio en que el hombre experimenta la relación con Dios como experiencia de liber-tad, incluso como posibilidad de crearse.

Una vez aceptada la idea que la formación del corazón es considerada parte integrante de la formación de la persona y que, desde el momento que “el corazón del hombre fue hecho semejante a Dios (…) las otras cosas lo colman pero no lo sacian”, por lo tanto, “ese corazón hay que escucharlo, conocerlo y educarlo gradualmente, con paciencia y amor por parte de los educadores”. Para identificar las modalidades de intervención es necesario te-ner presente la doble dimensión, vertical y horizontal de la Caridad. La dimensión vertical es la experiencia del amor de Dios. El amor es la vocación inicial desde la cual cada ser humano proviene. La formación en sentido horizontal, en cambio, es la experiencia del otro. El descubrimiento del amor de Dios abre hacia el amor al prójimo. En esta experiencia de amor, la persona debe ser formada. Veamos en este binomio de la formación vertical y horizontal las enseñanzas de don Calabria, un hombre con una profunda comunión con Dios amor, pero al mismo tiempo, un hombre cercano a las necesidades de los hermanos. Pienso que esta dimensión de la formación no puede faltar en todo el proceso espiritual de un Pobre Siervo, de una Pobre Sierva, de las Misioneras de los Pobres y de los laicos; por-que es el fundamento de una vida vivida y madurada en el amor. El compromiso cotidiano es dejarse penetrar por el amor de Dios para colmar nuestro corazón de sus inspiraciones y para abrirse a las necesidades de los hermanos.

Hablando más concretamente, mirando nuestra vida y la situación del mundo de hoy y de los desafíos que hay, creo oportuno sentir esta llamada del Señor a vivir una experiencia vital que cambie la vida de la persona. Sin esta transformación del corazón no se puede renovar la vida cristiana y consagrada.

“¿Dónde nace el amor?¿Dónde está su origen y su manantial?¿Dónde está el lugar que lo contiene y del cual proviene? Este lugar está escondido en el íntimo del hombre. De este lugar surge la vida del amor, porque “en él está la fuente de la vida” (Pr 4, 23) . La raíz a partir de la cual proviene el amor es más profunda que su vida conciente, es más íntima y secreta que el mismo deseo en que se manifiesta, precede las motivaciones concientes de nuestros actos. Por lo tanto, cuando se habla de formación como transformación del cora-zón se debe mirar estas motivaciones en la profundidad de la persona. Siempre me impre-sionó en la vida de los santos y, sobre todo la de Juan Calabria, su profundidad. Una pro-fundidad que converge en el amor y en la unidad con Dios, y al mismo tiempo, una cerca-nía a los otros. El fue llamado “una planta sensible”, una persona abierta a Dios y al hom-bre.

Con todo lo que hemos dicho hasta ahora, nos damos cuenta que esta transformación del corazón no puede llevarse a cabo simplemente con algunas lecciones de “formación” o “información” a nivel racional, sino con una experiencia sustancial con el Dios Amor que nos hace vivir en comunión con El. Sin esta experiencia no se realiza la transformación del corazón, permanecemos en la superficialidad. Por este motivo en la vida cristiana y religio-sa se constata tanta superficialidad y ausencia de esta experiencia de amor. La perseveran-cia en la vida consagrada depende de esta experiencia que, antes o después, debe suceder en nuestra vida; de otro modo, se buscan otros caminos que no ayudan a la persona a este en-cuentro radical con Dios y su amor. “El camino espiritual dice que todo puede ser trans-formado. Pero puede ser transformado sólo lo que nosotros aceptamos y observamos. El peligro es que alguien no quiera mirar su propia verdad. Entonces no toma el camino de la transformación, sino el de la compensación que lo lleva por caminos sin salida”.

La vida cristiana y religiosa no se pueden mantener sin una profundidad y una expe-riencia del amor de Dios; de otro modo delante de los problemas y las dificultades de la vida todo cae. Jesús es muy claro en el evangelio cuando habla de la casa edificada sobre arena o sobre roca: “…Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen a un hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la llu-via, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca. Pero dirán del que oye es-tas palabras mías y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre” (Mt 7, 24-27). El fun-damento de una vida cristiana y religiosa es Cristo, su amor en nosotros que nos hace capa-ces de enfrentar las situaciones difíciles que encontramos en lo cotidiano.

¿Qué buscamos en nuestra formación? ¿Cómo es organizada la formación inicial y permanente en este punto? Estoy convencido, como ya lo mencioné en otra parte de la car-ta, que la formación permanente mantiene dinámica la formación inicial, haciéndola más viva. Para hacerla más adecuada, fuerte y sentida a la formación inicial debemos comenzar desde nosotros mismo, con nuestra formación permanente.

Si el amor es el acontecimiento de un encuentro singular, eso no se agota en el instante mágico de su primer momento, en la maravilla de admiración con el amado, sino que invita a un camino de purificación y de madurez hacia la plenitud, y se radica en una verdad sobre el bien, que le garantiza su autenticidad.

Si bien se parte de un sentimiento no se detiene en el sentimiento, se vuelve opción de la voluntad y obra concretamente en la historia de cada uno de nosotros, para construir la comunión entre las personas. “Mientras que el amor es perpetuo, el enamoramiento es li-mitado por su misma naturaleza, y para continuar debe transformarse: debe pasar del ni-vel afectivo al de la voluntad”.

Nuestras Constituciones hablan de este recorrido formativo del Pobre Siervo: “La res-puesta al llamado de Dios en la vida consagrada requiere una renovación profunda del espíritu y un cambio de mentalidad (corazón) que inspire todo el desarrollo futuro de nues-tra existencia, en el camino incesante hacia la radicalidad evangélica: Renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos del hombre nuevo”.

Formación para una profecía del amor de Dios en el mundo

Esta propuesta de formación como transformación en el amor nos conducirá, con la ayuda del Espíritu Santo, a superar nuestra centralidad, nuestro egoísmo y nuestros intere-ses para que nuestro corazón sea conciente de la acción de Dios en nuestra vida, aun reco-nociendo que somos, usando una expresión fuerte de don Calabria, “cero y miseria” frente al gran proyecto de Dios. No podemos anunciar y ser profecía del amor de Dios en el mun-do si no hacemos el ejercicio del vaciamiento de nosotros mismos, porque sólo su amor pueda poseernos a fin de transfigurarnos por medio de la cruz y así “toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 5-11).

En la vida espiritual hay dos modos, dos caminos: o nos orientamos hacia Dios o hacia nosotros mismos. Entiendo cuando estoy sobre la senda del amor de Dios, si me abro a los demás.
En la formación inicial es muy importante “ayudar a la persona a que no sólo sea dó-cil, sino también maleable, inteligente y activamente disponible a dejarse formar toda la vida por la vida, es decir, en toda circunstancia, a cualquier edad, en cualquier contexto existencial…”.

En un proyecto formativo es fundamental aclarar las líneas antropológicas que se van a seguir. Dios en su proyecto original creó al hombre como realidad unificada – Alma, Men-te, Cuerpo – e inscribió en la humanidad la vocación y, por lo tanto, la capacidad y la res-ponsabilidad del amor y de la comunión. “Como espíritu encarnado, es decir, el alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre es llamado al amor en esta totalidad unificada. El amor abraza también el cuerpo humano y el cuerpo es partícipe del amor espiritual”.
La formación debe ayudar a construir personas unificadas, capaces de realizar en la propia humanidad la vocación al amor: “…Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integri-dad…”. El aspecto espiritual, psicológico y pedagógico de la formación deben contribuir a la unificación del hombre con Dios, que es el sueño originario de Dios sobre el hombre. Como dice Benedicto XVI: “…esta unificación no es un fundirse juntos, es una unidad que crea amor, en la que ambos —Dios y el hombre— siguen siendo ellos mismos y, sin em-bargo, se convierten en una sola cosa”.

El aspecto espiritual debe apuntar hacia un encuentro vital con Dios amor. El aspecto psicológico debe ayudar por medio de coloquios cargados de motivación, que delinean la historia familiar y la estructura psíquica, a comprender el significado de la llamada de Dios, de la opción de la vida religiosa, de los votos, dentro de la historia personal de cada uno. El aspecto pedagógico debe ofrecer aquellos elementos que ayudan a ser figuras educativas significativas en los varios contextos de la Obra para manifestar la Paternidad-Maternidad de Dios en el mundo según la centralidad de nuestro carisma. La formación debe ayudarnos a crecer en la madurez del amor para ser con la gracia de Dios personas plenamente reali-zadas: éste es el centro de la profecía de nuestro ser religiosos, religiosas y laicos calabria-nos.

Quisiera detenerme a reflexionar brevemente sobre la dimensión humana – psicológica de la formación, que no puede ser separada de la dimensión espiritual pero, como dice A. Grun, ayuda a una toma de conciencia de la propia realidad humana. “Quien desea ser sa-cerdote o religioso o religiosa debe ser conciente de sí mismo. Debe enfrentar un proceso de madurez humana (…) Se trata, en primer lugar, de una sana autoconciencia del propio valor. Necesito intuir mis capacidades, mi valor. Autoconciencia del propio valor significa que intuyo mi unicidad”. Propongo como línea conductora, sobre todo para quien trabaja directamente en la formación, lo que propone la Iglesia para el desarrollo de la calidad humana en el recorrido formativo y el uso de la psicología para ayudar a las personas a un camino de unificación.

En cuanto a esto, en la formación, con un recorrido psicopedagógico, se debe ayudar a la persona a descubrir su realidad unificada, para que se oriente hacia Dios y no hacia sí misma. Amedeo Cencini aclara que en un proceso de verdadera y auténtica formación per-manente, desde un punto de vista psicológico, existen tres exigencias en el ser humano: la de descubrir y dar sentido a la propia historia, pasada y presente, y a la propia persona: es la necesidad de verdad. La exigencia, aún más, de tener un centro de atracción alrededor del cual unificar las fuerzas vivas de la afectividad, de la capacidad de relación y alteridad, de la sexualidad, de la fecundidad humana. Finalmente, la exigencia que esta fuente de verdad para la mente, pero que atrae también al corazón, sea centro de tracción, que sepa dar uni-dad y poner en movimiento todo el aparato psíquico y le dé fuerza y determinación. El pasaje fundamental que él propone es integrar estas exigencias humanas en la experiencia inicial de la Pascua: “No es posible ignorar la relación sustancial entre estas exigencias y el rol y el significado de la Pascua en el proyecto del Padre. La cruz de Jesús es fuente de verdad y, al mismo tiempo, es sol que atrae potentemente hacia sí mismo (…) sólo la cruz da al hombre la certeza de ser amado pero, al mismo tiempo, sólo la cruz incita a amar, a hacer del amor el criterio de cada opción”.

La persona que orienta todo hacia sí misma no puede jamás llegar a entender el sentido del amor como ágape, que significa donar la propia vida, dar la propia vida. Esta es la for-mación que cambia el corazón, cuando una persona movida por el Espíritu Santo llega a decir: “entrego mi vida por ti”; de otro modo, continuamos a formar personas (buenos sa-cerdotes, religiosos, laicos) pero sin esta característica esencial de una persona que está llena del amor de Dios y lo trasmite con su vida día a día. “En la cruz del Hijo se manifestó el amor del Padre: es el momento cumbre de la teofanía, donde explota la verdad, del Dios amante y del hombre amado, del Dios que no duda a bajar hasta el nivel más bajo para mostrar el amor por el hombre, transformando la muerte en vida y el mal en bien, y justo al pecador (…) La cruz ejerció su fuerza de atracción sobre toda la tierra y atrajo sobre sí a todos los hombres”.

En este sexenio quisiera que se hiciese una verdadera reflexión sobre la planificación de la formación, considerando los proyectos formativos ya elaborados, para evaluar si ayudan verdaderamente a conducir a las personas a ser plenamente maduras en su vocación al amor. Pienso que a veces ponemos mucho el acento sobre la preparación de los religiosos, religiosas, sacerdotes y laicos “para hacer” y no “para ser”, en primer lugar, personas que hacen experiencia del amor y trasmiten este amor en su vida. Concretamente, a través la “comisión central para la formación” que incluye la presencia de laicos, queremos animar los procesos formativos para alcanzar los objetivos hasta aquí expuestos. Sin embargo con-sidero indispensable que en las comunidades se sienta muy fuerte la necesidad de momen-tos de oración, compartiendo la Palabra, ofreciendo espacios y oportunidades a los laicos para iniciar y promover los “grupos de fermento”, sostén de las propias actividades. Esta propuesta sea presentada a quienes deseen hacer una experiencia fuerte y existencial de la espiritualidad calabriana, para ser, a su vez, testigos y animadores del carisma.

Es importante tener presente la cultura de cada nación donde estamos presente, dialogar y conocernos recíprocamente, pero es fundamental que las comunidades tengan siempre relación al carisma de don Calabria, llegando a ser pequeños “focolares” donde se pueda hacer experiencia del amor de Dios. Sólo estas experiencias pueden atraer nuevas vocacio-nes sacerdotales, religiosas y laicas para toda la Iglesia con el espíritu de la Obra.

Escribía la Hermana María Galbusera en la regla de vida de 1915: “En el amor está el cumplimiento de la ley porque allí está el secreto de la obediencia perfecta, de la pobreza, de la castidad, el secreto de toda la vida religiosa. El alma que ama, la esposa enamorada del Esposo, lo busca, lo llama, lo encuentra por todos lados. Cada obligación, cada ale-gría, cada cruz, cada don, cada privación, cada luz, cada tiniebla, todo para él (amor) es su Dios y descansa en el corazón del amado. Perdidamente abandonada en él, que se en-carga de alimentarla, iluminarla, digna de formarla y modelarla, según los designios de su Corazón; (el amor) lo deja hacer, sin distinguir donde hay gozo más grande entre el sufrir y el gozar, entendiendo una sola cosa: Sólo El, siempre El…”. Vemos con cuanta pro-fundidad y convicción las primeras Hermanas y los primeros Hermanos vivieron esta expe-riencia del amor en lo cotidiano. Buscar siempre al Señor, he aquí el secreto de nuestra vida consagrada y cristiana. El centro de nuestra vida está en el amor y en la comunión con Cris-to; esto no quiere decir que sea un amor romántico: es aquel amor que se vive a través de la cruz y el dolor.

En relación a lo que se ha dicho hasta ahora, encontramos muchas sugerencias para hacer una revisión de nuestra vida y de la formación que proponemos a nuestras comunida-des y a las personas que se acercan a la Obra. ¿Qué formación? ¿Qué estilo de vida para un miembro de la Obra hoy día?

Creo haber entendido claramente en mi vida, si bien debo crecer todavía en muchos as-pectos, que es una cuestión fundamental nuestro ser antes del hacer. Más aún, no se puede hacer si no se es en primer lugar. Por lo tanto, quien dijera que hace de todo en la vida y que no tiene necesidad de formación, se cansa y no camina más. Desde este punto de vista la formación, que decimos ser una transformación en el amor, es un proceso que comienza un día de nuestra vida y acaba sólo en el encuentro total y definitivo con Cristo, el Amado, guiados por el Espíritu Santo. En este sentido el camino siempre conduce a la cruz, como lo vivió don Calabria. No se puede pensar a una formación inicial y permanente en este óptica sin una experiencia de cruz-amor en lo cotidiano.

Formación permanente, cotidianidad en la comunidad

En mi primer carta hablaba de recuperar la “mística de lo cotidiano” como una propues-ta concreta de formación: “En cuanto a la formación permanente debemos descubrir la riqueza y el valor de lo cotidiano, la así llamada “mística de lo cotidiano”, para el creci-miento y la perseverancia de nuestra consagración. En este sentido la comunidad tiene un valor insustituible para garantizar el crecimiento de cada religioso (…) todo el proceso evolutivo de un proyecto de Congregación debería llevar justamente a un sentimiento pro-gresivo de adhesión al carisma... La formación permanente, de hecho, es una formación a un sentido de pertenencia siempre más fuerte y transparente”.

Hablando de la formación permanente quisiera profundizar lo que significa para noso-tros, miembros de la Obra, vivir principalmente la dimensión de la cotidianidad. Estoy con-vencido que la respuesta nueva y gozosa para nuestra vocación se profundiza y realiza en lo cotidiano. Esta formación se sostiene con una profunda vida espiritual y de oración, que me lleva a revivir/vivir el encuentro de amor con Dios en lo cotidiano para ser evangelios vi-vientes. Nuestra misión comienza cuando, de rodillas delante el Señor, abrimos el corazón a la Palabra que cada día indica el camino a nuestra vida en su voluntad. La oración va unida a la vida y la vida se hace oración cuando tenemos esta unidad.

El drama de la vida religiosa y del hombre de hoy es que no reza. Rezar es amar y dia-logar con Dios. El hombre necesita estar de rodillas, hacer silencio, penetrar en la sabiduría de Dios, entrar en la plenitud de la luz. Bajo la acción del Espíritu Santo nuestra inteligen-cia se vuelve inteligencia de amor y descubrimos que ciertas maravillas se entienden úni-camente amando. En este diálogo de amor, justamente porque amamos, nuestro corazón se vuelve prudente, sabio, equilibrado, alegre y lleno de coraje. “Permanezcan en mí y yo en ustedes”, dice Jesús. Vida mística significa una vida que contiene el misterio de Dios pre-sente en nosotros. “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás les será dado por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se pre-ocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas” (Mt 6, 33-34). ¿Quién mejor que nosotros, hijos e hijas de don Calabria, podemos entender y vivir la mística de lo coti-diano con el abandono total en las manos de Dios Padre y la confianza en su Divina Provi-dencia? Para nosotros la formación permanente en lo cotidiano es el compromiso de “la búsqueda del Reino de Dios, que se concreta, para nosotros, en el esfuerzo de reavivar en el mundo la fe y la confianza en Dios, Padre de todos los hombres, mediante el abandono total en su Divina Providencia, intensamente vivido y claramente testimoniado en todos los sucesos personales y comunitarios y en los acontecimientos históricos del mundo”. Esto nos permite vivir una dimensión sobrenatural en la vida cotidiana, en el sufrimiento y en la cercanía con los más pobres y los últimos.

“El ambiente natural de la formación permanente es la comunidad en la que el Señor nos ha puesto. Por eso, antes que nadie, la comunidad es corresponsable de la formación permanente”. La comunidad es el ámbito natural donde se realiza este recorrido impor-tante, por lo tanto, esto quiere decir que debemos ayudarnos, porque la comunidad no es una realidad ideal: yo soy miembro y parte de la comunidad.

Don Calabria insistía mucho sobre la “Casa” como ambiente natural de la formación y hacía de todo para que los religiosos, los laicos y los alumnos recibieran una formación según el espíritu puro y genuino. En este sentido quisiera recordar que la revista “L’Amico” nació como un instrumento de formación permanente. Así escribía: “Con el fin de mante-nerlos siempre más unidos a esta Casa les presento con un corazón de padre esta revista; pensé mucho antes de decidirme, y ahora me parece que el Señor quiere que inicie el uso de este nuevo medio potente que es la imprenta, para decirles a menudo a ustedes, cada mes, una buena palabra que sirva para cementar más y más el cariño por la Casa…”.

Siguiendo este tema quisiera decir, también, a los laicos que vuestra formación perma-nente deben buscarla en la comunidad que, para ustedes, tiene tres expresiones: comunidad familia, comunidad parroquial y comunidad de la Obra, es decir, de la “Casa”. Tenemos una gran responsabilidad para nuestra formación permanente de cada religioso, religiosa, pero también de los laicos en el ámbito de la colaboración que la Iglesia nos llama a vivir en profunda unidad. En la carta en ocasión del año sacerdotal el Papa escribe: “Su ejemplo (del Cura de Ars) me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos “para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, ri-valizando en la estima mutua’ (Rm 12, 10)”. En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de “reconocer since-ramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia… Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos”.

En la unidad y colaboración con los laicos don Calabria siempre puso en evidencia la importancia de la familia como célula de la humanidad. Es importante, en esta hora actual para la Obra, ser punto de referencia y acompañar a las familias en su vocación, para que sean lugar donde se hace visible el amor de Cristo. “Es una difícil pero noble y gran misión la de la familia, en la cual Dios se digna tomar entre los hombres colaboradores para po-blar el mundo y el cielo de almas. La salvación de la humanidad se encuentra en la recu-peración y cristianización de la familia. Es necesario que Jesús sea el Rey de la familia y su espíritu sobrevuele en nuestras casas. Trabajemos duramente para salvar la familia, célula de la humanidad, para que retorne a su noble y santo lugar. No se ahorre esfuerzo para reconstruir sobre bases cristianas a las familias que se van formando, y para recupe-rar la nobleza de aquellas que se alejaron. Renazca la vida cristiana, para que se pueda observar la santa ley de Dios, venerado y respetado el hogar cristiano, para que se esta-blezca la pía costumbre de la oración personal y comunitaria, la frecuencia a los Sacra-mentos, la santificación de las fiestas. Que alrededor del hogar doméstico se reúnan habi-tualmente todos los miembros, como un solo corazón y una sola alma, compartiendo ale-grías y dolores íntimos; reforzando los vínculos de unidad entre los de la misma casa. Ca-da noche el jefe de la casa reúna a los miembros de su querida familia y lea despacio la página del evangelio que en este libro es presentada; si quisiera añadir alguna palabra, sepa que, como jefe de familia, tiene una especial autoridad sacerdotal y su palabra será bendecida por el Señor”.

El regreso a Galilea, propuesto por el Capítulo, puede hacerse realidad únicamente si buscamos, día a día, los medios para que esta renovación acontezca, en primer lugar, al interno de la Obra.

Medios e instrumentos para una formación continua

Al inicio de toda formación y transformación en el amor está el Espíritu Santo que nos hace progresar y nos ayuda a renovarnos cada día unificando nuestra vida con una llamada constante a la conversión. Por nuestra parte debemos tener una disponibilidad activa y vigi-lante a sus propuestas e inspiraciones, ya sea por medios que él nos propone como también a través de los “signos de los tiempos” que debemos ser capaces de leer y aceptar.

Nuestras Constituciones nos especifican el camino a seguir con los objetivos y los me-dios concretos para una continua formación.

Quisiera indicar algunas pistas a seguir en esta perspectiva de la formación como trans-formación en el amor, que considero muy importantes ya sea para la formación inicial co-mo para la formación continua o permanente.

-APRENDER A AMAR

“Un problema urgente. Al regresar de sus viajes a través de los leprosarios de todo el mundo, Raoul Follereau tuvo una audiencia con el Papa. Volcó en el corazón del Papa todos los sufrimientos que había visto. Hubo un gran silencio. Luego Juan Pablo II tomó las manos de Raoul Follereau en las suyas y con un tono de voz doliente dijo: “Lo que hace falta es enseñar a los hombres a amarse”. Hay que educar al amor inmediatamente. El Papa había dicho en la Redemptoris Hominis: El hombre no puede vivir sin amor. Su vida no tiene sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y hace suyo, si no participa en él vivamente.

Amar es entrar en la vida de Dios, amar es abrir los ojos a las necesidades de los her-manos, amar es arremangarse por el hermano, amar es dar y darse, amar es servir y lavar los pies, es arrodillarse ante el hermano, amar es tener el corazón sensible y bueno, amar es dominar los pensamientos, es administrar en la bondad los propios juicios, amar es sa-ber organizar las palabras, amar es olvidar el mal recibido, amar está antes de la oración, amar es abrir el corazón al enemigo, amar es imitar la misericordia de Dios”. Esto nos hace pensar en don Calabria y en su invitación desde el inicio de las primeras reglas: “Con-siderarse como hermanos y como tales amarse y ayudarse en la vida espiritual”. Dios nos enseña a amar, porque él es amor y porque para aprender a amar debemos regresar al ma-nantial del amor.

-APRENDER A REZAR

“Debemos recurrir a menudo y con confianza a la oración; pero no a una oración su-perficial, sino a la oración que brota del corazón, porque sólo allí experimentaremos su eficacia. Un santo dice que la oración es la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios. En particular, recurramos con devota insistencia al Espíritu Santo, único maestro verdadero de la vida interior y que intercede por nosotros, como dice el Apóstol, “con ge-midos inenarrables” (Rm 8,26).

Es necesaria la oración del corazón para un verdadero camino de formación inicial y permanente haciendo etapas, no “cursos” de oración, porque rezar no es sólo decir palabras, sino que es un entrenamiento continuo en el silencio dejándonos amar, expresando a Dios la voluntad de amarlo con todas las fuerzas. La oración es el alma de la nueva evangeliza-ción y fuente indispensable de la eficacia de nuestro apostolado; por lo tanto es muy impor-tante y es considerada como actividad principal para nosotros, Pobres Siervos.

“…La oración del corazón es un acto de fe que, apoyándose sobre la fuerza del Espíri-tu Santo, vital soplo de nuestra oración, para del silencio interior y lleva a Dios, orientan-do la voluntad humana a la adhesión perfecta de la voluntad de Dios (…) Es difícil amar. Se aprende a amar. Por esto el ejemplo cotidiano de la oración del corazón asume una dimensión enorme. Debemos apasionarnos tanto en la oración del corazón de tal manera que no podamos admitir la oración sin un verdadero compromiso de amor”.

-LECTIO DIVINA

Retomando aquello que había escrito en mi primer carta, “…La Lectio Divina debe ser el motor y el pan cotidiano para una intimidad con el Señor fundada en su Palabra. Las Constituciones lo dicen claramente: “la oración es la primera actividad de un Pobre Sier-vo”. Como ya fue dicho al hablar de la transformación en el amor en la Biblia, una de las actitudes es la escucha con el corazón. La Lectio Divina es un entrenamiento profundo para entrar en la profundidad de la Palabra de Dios y hacerla vida en nuestra vida, como dice san Gregorio Magno: “Esfuérzate, te ruego y encuentra el modo de meditar cada día las pala-bras de tu Creador. Aprende a descubrir el corazón de Dios en las palabras de Dios. Más profunda será tu paz, cuanto más viva e incesante será la búsqueda del amor de Dios”.

-ORACION LITURGICA

“Les recomiendo la piedad sólida y sincera. Nuestra (piedad) sea sobre todo piedad eucarística, piedad mariana. ¡Oh, si los hombres pudieran comprender que la eucaristía es el sol de la humanidad y que de este sol depende nuestra vida y nuestro verdadero gozo aquí en la tierra y allá en el cielo! La Santa Misa celebrada con la fe de los santos destruye las fuerzas diabólicas y da vigor a nuestra pobre debilidad. La Santa Misa, fuente de toda gracia, ¡oh, cómo debe ser celebrada! Una Santa Misa devotamente celebrada: cuánta riqueza para nuestras almas, para nuestro ministerio, para la Obra. Es una hora de ale-gría íntima, con los hermanos y con Dios. Es el centro de nuestra vida y de nuestra jorna-da. La Eucaristía es la devoción característica de nuestra Obra: Jesús vivo en medio de nosotros, que está presente en nuestros tabernáculos, que nos invita a acercarnos para consolarnos y santificarnos, que nos promete la vida eterna: ¿Qué otra cosa podemos bus-car y desear? (…) A Jesús vamos por medio de María. Seamos devotos de la querida Vir-gen, veneremos en ella el gran privilegio de su Inmaculada Concepción…”.

Mientras progresamos en el amor a la oración interior debe crecer en nosotros la estima y el amor a la oración litúrgica. Así nos habla la Iglesia: “Las Laudes y a las Vísperas, co-mo partes fundamentales de todo el Oficio, se les ha dado la máxima importancia, ya que son, por su propia índole, la verdadera oración de la mañana y de la tarde. Es oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre».. Es necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros. (…) La Sagrada Escritura se convierta realmente en la fuente principal de toda la oración cristiana”. “De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia no-sotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santifica-ción de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.

-GRANDEZA DE LO PEQUEÑO

“Nosotros estamos tentados siempre a evadir y buscar condiciones mejores en otro lu-gar, justificando nuestra mediocridad con la excusa del ambiente o de las personas con las que vivimos o lamentándonos de que nos propone la vida cada día, porque lo considera-mos débil y limitado, o repetitivo y banal, o demasiado simple o excesivamente común. Parecido a lo que sintió Naamán, el Sirio, que se enfada ante la propuesta considerada demasiado banal, incluso irrespetuosa para uno como él, por parte del profeta. En cambio la formación permanente nace de la fe elemental en el misterio del común vivir; se hace posible a partir de la aceptación incondicionada de lo vivido día a día, a veces de color gris, sin nada especial ni huidas; es convencimiento de que la vida te forma si la respetas, si la aceptas de manos de Otro, si no pretendes dominarla, corregirla, cancelarla en algu-na parte, limando algunos ángulos, hacerla más agradable o más grande, casi procreándo-la artificialmente…”.

“Cada mañana el Señor nos hace sentir que el día es suyo, como Buen Padre, que de-bemos esperar todo de El (…) El trabaja sobre nosotros cada día (…) El Señor quiere que lo dejemos obrar, que le permitamos hacer todo: descanso, trabajo, sacrificios (…) deján-donos conducir por El”.

Existen muchos medios que tenemos a disposición para crecer en la vida espiritual, fundamento principal de nuestra formación, basta ver lo que dicen nuestras Constituciones, en la parte VII, cuando habla sobre nuestra oración. Como escribía don Calabria a las religiosas: “Pongan siempre la oración en primer lugar: Sin mí, dice Jesús, nada pueden hacer. Por más capacidades naturales que tengan, habilidades, ciencia, fortaleza, palabra atrayente, etc., todo es cero, nada vale si no está adelante el Uno que es Dios. Con ese Uno darán valor a todo lo que hagan, aún en las mínimas cosas, a las más insignificantes ac-ciones cotidianas. Estén, pues, íntimamente unidas a Dios, con la verdadera y sólida pie-dad, ejercitadas con aquellas prácticas que la regla prescribe: pero siempre con amor fi-lial, con el entusiasmo propio de la esposa hacia el Esposo”.

Formación y misión, formación y evangelización

Una formación que transforma el corazón en el amor no puede dejar indiferente a la persona en la evangelización. Este fue el sueño de don Calabria desde el comienzo: formar religiosos, sacerdotes y laicos de espíritu apostólico dispuestos a todo. La particularidad de nuestro carisma nos impele a insistir en la formación desde el inicio y en la formación per-manente para vivir este ideal misionero que se encuentra ya al comienzo de la Iglesia en la expresión de san Pablo: Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Cor 9, 16).

Hemos celebrado en estos días el 50º aniversario de la presencia de la Obra en América Latina, signo del inicio de la actividad misionera de la Obra en el mundo. Con estas pala-bras nos recibía Mons. Viola, obispo de Salto el 8 de setiembre de 1959: “Doy gracias a Dios por la llegada de los Pobres Siervos a esta diócesis que tiene tanta necesidad; y agradezco a los superiores que eligieron la pobreza y los más abandonados para empezar la obra misionera, siguiendo así el camino trazado por el amado don Calabria y su espíritu puro y genuino. Agradezco, además, por vuestra sentida adhesión al pedido de este pobre obispo que, aunque indigno, ocupará a partir de hoy en adelante, el lugar de vuestro padre don Luis para ayudarles como él había pedido y según mi deber, para cumplir los desig-nios actuales que vivió don Calabria pero, sobre todo, para que puedan conservar y vivir intensamente el espíritu puro y genuino de la Obra de los Pobres Siervos de la Divina Pro-videncia…”.

La misión principal que Dios confía a la Obra es la de reavivar en el mundo la fe y la confianza en Dios Padre, con todos los desafíos que hay en el mundo contemporáneo. “Se necesitan ejemplos. Ante el ejemplo de los primeros cristianos los paganos se convertían. Muchas veces nos engañamos cuando en ciertas ocasiones las multitudes llenan las igle-sias; esto no basta. Es necesario evangelizar al individuo, formar a la familia cristiana, hacer que los fieles sean conscientes de su fe. Y todo esto depende de nosotros, ya que irradiamos aun sin saberlo. Como la raíz lleva la savia hasta las últimas hojas de un gran árbol, también nosotros podemos y debemos llevar la savia de nuestro Señor Jesucristo “usque ad finem térrea (hasta el fin del mundo), a las almas que viven en los extremos con-fines del mundo”. Estas palabras proféticas de don Calabria se hacen realidad en nuestro compromiso cotidiano de evangelización y de servicio concreto para con los últimos, por medio de los cuales podemos reavivar en el mundo la luz de la fe y del amor.

Benedicto XVI, en su última encíclica nos ayuda a hacer una lectura de la sociedad a la luz de la verdad y de la caridad como fundamento para la evangelización del mundo con-temporáneo: “…El amor en la verdad —caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es po-sible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador (…) La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer (…) No obstante, tiene una misión de ver-dad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación (…) La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarro-llo humano integral…”.

En esta sociedad y en esta Iglesia el Señor nos llama a nosotros, miembros de la Obra, a dar la humilde contribución de nuestra espiritualidad; por lo tanto tenemos una gran res-ponsabilidad sobre todo en el campo de la formación, para preparar personas que con su vida sean signo del amor de Dios en el mundo.

Dejémonos provocar además por el entusiasmo misionero que la Iglesia en América La-tina propone con el último documento de los obispos en Aparecida: “Ser discípulos y mi-sioneros de Jesús”.

Conclusión

Llegando al final del recorrido de esta carta, querido hermano y querida hermana, segu-ramente te has preguntado muchas cosas, tal como yo me he preguntado mientras maduraba estos pensamientos e inspiraciones cerca del santuario de la Madonna delle Grazie. Creo que sea urgente para toda la Obra comprometernos cada vez más sobre la formación como transformación del corazón en el amor para ser “evangelios vivientes” y portadores del amor de Dios en el mundo de hoy.

La insistencia que han encontrado a lo largo de la carta surge del hecho que la forma-ción no es un momento o tiene que ver con situaciones de nuestra vida, sino que es una actitud constante por medio del camino propuesto por Jesús a sus discípulos: Palabra - Es-cucha – Purificación – Configuración – Misión en el amor, por amor y con amor.

Por lo tanto propongo con insistencia un camino espiritual intenso para vivir a la altura de nuestra vocación. La vida espiritual no se improvisa según las necesidades que tenemos cada día, sino que es un caminar constante sobre las altas cumbres del amor. Pienso que es necesario insistir, finalmente, sobre el proyecto de vida personal que nos ayuda a organizar nuestra vida espiritual con las prioridades irrenunciables para hacer un camino formativo que nos ayude a crecer y transformarnos en el amor: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Ct 8, 7).

María, Virgen de las Gracias, nos acompañe en el camino de transformación en el amor. Le pedimos que nos ayude a vivir con actitudes de escucha de la Palabra para poder encar-narla. Y ella, icona de la vida consagrada y de lo femenino dedicado a Dios, nos indique el camino para hacer siempre y a cada momento la voluntad de su Hijo, como en las bodas de Caná cuando dijo a los servidores: “Hagan todo lo que les diga” (Jn 2, 5). Le pedimos su intercesión para poner en práctica la Palabra y para ser evangelios vivientes en el camino de la santidad. De esta manera Cristo podrá transformar el agua en vino y donarlo a toda la Familia Calabriana que, a su vez, podrá llevar vino nuevo y abundante del amor de Dios en el mundo.

En este año sacerdotal pedimos la intercesión de don Calabria nuestro Padre, para que nos indique los caminos que debemos recorrer para vivir como él vivió y despierte en todos nosotros el deseo de vivir el espíritu puro y genuino según nuestra vocación y misión al interno de la Obra.
Me abandono a vuestras oraciones y llevando a cada uno de vosotros en mi corazón, los saludo y bendigo con profundo afecto en Cristo Jesús.

P. Miguel Tofful
Verona, 8 de octubre de 2009
Fiesta litúrgica de San Juan Calabria.